Enrique
se removió un tanto incómodo en la silla e hizo girar varias veces la taza de
capuchino mientras rumiaba la respuesta. Miró por la ventana y pareció fijarse
durante unos segundos en la anciana potosina que demandaba limosna al otro lado
de la calle, en la esquina de Calacoto donde se encuentra el Café Vainilla,
en el sur de La Paz. Bebió un sorbo de la taza y finalmente habló. “No creo que
la tumba que te mencionó el periodista de Sucre sea la de Kiss. Si, tal y como
parece, él volvió después de 1948 a Bolivia y continuó sus investigaciones
desde el refugio que ofreció Sudamérica a tantos nazis al acabar la guerra,
seguramente su paradero final esté mucho más cerca, aquí en La Paz, quizá en
algún poblacho perdido de Cochabamba o incluso en el propio pueblo de
Tiahuanaco, a pocos kilómetros de las ruinas. Por lo que sé, la comunidad
alemana siempre prefirió evitar este tema… sin duda porque tendría algunas
cosas que decir al respecto”.
Edmund Kiss
“En
todo caso –agregó mirando de nuevo hacia la mendiga, que hacía gestos airados
cuando los transeúntes la ignoraban-, reitero lo que te comenté antes. La clave
del misterio del ‘poeta de la
Atlántida’, la tienes que buscar en los lugares históricos relacionados con Tiahuanaco
y quienes te pueden dar razón de ella, además de algún que otro alemán, son
también quienes se convirtieron en aquel entonces en compañeros de secreto de
Kiss: sus amigos los jesuitas”. Enrique apuró su café e hizo un gesto de
desdeño a mi intención de pagar la cuenta. “Te diré otra cosa. Las redes de los
descendientes de los alemanes en Bolivia son muy tupidas, casi imposibles de
atravesar, como ocurre en Chile, Argentina o Brasil. Pero no dejes la pista.
Edmund Kiss no estaba tan loco como la ciencia oficial quiso hacer creer al
terminar la guerra”.
“Sus
teorías iniciales –continuó, mientras abandonábamos el café y nos dirigíamos
hacia la calle Montenegro-, que trataban de demostrar la desmesura del
científico loco de los nazis, Hörbiger, y su cosmogonía glacial, con sus
sandeces sobre las cuatro lunas impactando en tiempos antediluvianos contra
este planeta y causando cataclismos capaces de borrar civilizaciones enteras,
esas teorías, te digo, evolucionaron hacia hipótesis mucho más concretas… y
humanas. Al tiempo que reducía las escalofriantes fechas de centenares de miles
de años que al principio atribuyó a Tiahuanaco y los ciclópeos restos de Puma
Punku, sus indagaciones se centraron en los posibles contactos entre los dos
continentes en épocas remotas, pero no tan disparatadas como las propuestas por
Hörbiger, el autor de la teoría de la tierra hueca".
"Cuando -agregó Enrique- Edmund Kiss planteó la
expedición de 1939 a Tiahuanaco y los Andes bolivianos, frustrada como sabes
por la guerra, él jugaba con un
descubrimiento que no reveló a la cúpula de la Ahnenerbe nazi y que sólo
conocían Himmler y Wolfram Sievers. Sólo podemos hacer conjeturas sobre ese hallazgo a partir de
los rumores que en los años cincuenta circularon sobre la suerte del
endemoniado arquitecto y escritor. Kiss había descubierto algo muy concreto en algún lugar
de las inmensas montañas que se desploman desde el sureste del lago Titicaca
sobre la Amazonía boliviana y el inquietante Llano de Moxos… Se dice que
encontró una gruta y pruebas, indicios que demostraban un escalofriante origen
para Puma Punku y Tiahuanaco. Recuerda –me insistió-, los jesuitas. Los
jesuitas tienen la llave del misterio de la desaparición de Kiss y de lo que
encontró en los cerros”.
Así
terminó mi conversación con Enrique, un boliviano de origen alemán buen
conocedor de la historia y arqueología de su país. Enrique, por supuesto, no es
su nombre real, pero la tupida tela de araña que aún cubre determinados
círculos de poder en Bolivia, además de las implicaciones que tiene su
revelación (tampoco puedo contar todo lo que me relató), aconsejan ese
silencio.
A
pesar de que mis pesquisas sobre esa búsqueda mítica que emprendió el nazismo
en muchos lugares del mundo se remontan a más de dos décadas, nunca antes de
llegar a Bolivia había oído hablar de Edmund Kiss. Sabía de la masiva llegada
de nazis a Sudamérica desde la Europa humeante aún por el desastre de la
contienda ayudados por las numerosas colonias y las organizaciones alemanas que
había en el subcontinente. En Uruguay pude seguir la pista del “ángel de la
muerte” Mengele, quien se casó en ese país. Rastreé la pista de Martin Bormann,
la “ballena blanca” de los nazis huidos y secretario personal de Hitler, y
encontré sus trazos en Paraguay y también aquí, en Bolivia. Versiones un tanto
manipuladas apuntan incluso al propio Führer en Bariloche, Argentina, y también
en Brasil… fantasmas en la niebla todos ellos.
Sin
embargo, el caso de Kiss parecía distinto, a pesar de que su nombre ha sido
borrado una y otra vez de la historia de la arqueología boliviana y de que hoy
día su figura sigue sumida en el misterio. Quedan sus extraños libros, incluido aquél tan revelador en algunos
aspectos y confuso en otros. Me refiero a “Das
Sonnetor von Tiahuanaku und Hörbigers Welteislehre” (“La Puerta del Sol de Tiahuanacu y la Doctrina del Hielo Universal de
Horbiger”), publicado en 1937. Sus novelas de ciencia ficción, en las que
también desveló de forma literaria algunas de sus teorías, hoy día han quedado
en el olvido, aunque en los años treinta le abrieron camino hacia el
propio Reichsführer de las SS, Heinrich Himmler, el jefe de los “brujos” de
Hitler…
Edmund
Kiss nació en Alemania en 1886. Participó en la Primera Guerra Mundial, donde
recibió dos cruces de hierro, una de ellas de primera clase. Héroe militar,
arquitecto y novelista con éxito, Kiss comenzó a interesarse por la
arqueología, aunque no parece que obtuviera una formación ortodoxa en la
materia. Se consideró un seguidor juramentado de Hans Hörbiger y de su
Cosmogonía Glacial, que, como me había explicado Enrique, resumía la historia
de la humanidad en una serie de grandes y desconocidas civilizaciones que
fueron arrasadas por terribles catástrofes naturales y dramáticos cambios
climáticos por la conflagración entre el hielo y el fuego. Para Kiss,
Tiahuanaco pudo ser una de esas civilizaciones que tuvieron que driblar con los
cataclismos y quizá sobrevivirlos, como ocurrió en la isla de Pascua y otros
grandes núcleos de cultura megalítica cuyos restos pueden ser encontrados a lo
largo y ancho de todo el planeta. Recientemente, por ejemplo, se han descubierto gigantescos
sistemas megalíticos en la región rusa de Shoria, con bastiones aparentemente
tallados en piedra cuyo peso en algunos casos sobrepasa las mil toneladas y los
40 metros de altura. Las primeras investigaciones apuntan a una edad de 100.000
años, un dato totalmente disparatado si se intenta encajar en la arqueología y
la historia ortodoxas.
El
mayor experto en Tiahuanaco en esos años veinte era, sin duda, Arthur
Posnansky, de quien os he hablado en una anterior entrada de esta bitácora. Kiss se
puso en contacto con Posnansky y decidió comprobar en persona la Cosmogonía
Glacial del loco Hörbiger en el Altiplano boliviano. Tras encontrarse con el
padre de la arqueología tiawanacota en un viaje que hizo Posnansky a Alemania
en 1926, Edmund Kiss viajó por fin a Bolivia en 1928, con los 20.000 marcos que
había ganado en un concurso literario. Años después, todavía era recordada en La Paz su
rotunda figura de un metro noventa de altura y más de cien kilogramos de peso,
con su severo mostacho y su sombrero de ala ancha, paseando por la
Avenida Montes hacia el Bulevar 16 de Julio, hoy El Prado. Entonces La Paz era
una ciudad con numerosas casonas señoriales y corralas de techado de teja, con
algunos caminos empedrados y muchos más de tierra apisonada que se convertían
en un lodazal en época de lluvias.
Con
el privilegio de las explicaciones de Posnansky, Kiss se convirtió en un
visitante asiduo de Tiahuanaco, pero también tuvo oportunidad de perderse en
las extensiones del Altiplano y de seguir algunos de aquellos caminos de piedra
que la tradición atribuía a los incas. Con su desbordada inteligencia y
conocimientos arquitectónicos, comenzó a descubrir otros patrones arqueológicos
en esas sendas y muros, que apuntaban a épocas anteriores y que casaban con los trazos pétreos de Tiahuanaco.
Por las tardes, un caminante
que paseara junto a la casa de Posnansky en Miraflores podía oír largas
diatribas en alemán entre el arqueólogo anfitrión y el arquitecto. Kiss
insistía en la necesidad de emprender una amplia y exhaustiva campaña de
excavaciones en Tiahuanaco y las aldeas cercanas, pues, como ya había advertido
Posnansky, lo que el subsuelo escondía podría encender una luz sobre el origen
real de la civilización tiahuanacota, por una parte, y también sobre la expansión por
todo el continente de una cultura matriz hoy desaparecida y que tuvo como foco
la cuenca del Titicaca. La “cuna del hombre americano”, como subtitulaba el
propio Posnansky en su obra magna sobre Tiahuanaco.
En
su libro principal sobre Tiahuanaco, Kiss señala que la Puerta del Sol es un
antiquísimo calendario ideográfico encabezado por la divinidad Tarapacá o Ticci
Viracocha, cuya fecha de inicio era el 21 de septiembre, con el equinoccio de
primavera austral; insiste que en Puma Punku hubo un puerto y respalda la
teoría de que el recinto del Kalasasaya fue un observatorio astronómico
complementado por la pirámide de Akapana. También describe un lugar especial,
que denominó “el mausoleo”, en el cual habrían sido enterrados los máximos
dirigentes y los sumos sacerdotes tiahuanacotas.
Kiss
asimismo realizó un intenso trabajo geológico que le permitió afirmar que había
encontrado las huellas de esa gran hecatombe planetaria en los contrafuertes de
los Andes, la cuenca del Titicaca y los salares del oeste, hasta el desierto de
Atacama. El arquitecto no tenía duda de que, si alguna vez existió la
Atlántida, los yacimientos bolivianos fueron en algún momento parte de esa
civilización. Al hundimiento de ese imperio, según Kiss, se sucedieron grandes
movimientos migratorios de los supervivientes, que acabaron poblando y civilizando
lugares tan remotos como Tiahuanaco, Egipto o Sumer. Precisamente, sobre la
supuesta, y dudosa, llegada de los atlantes al altiplano andino Kiss escribió
una de sus novelas más famosas, “La última reina de la Atlántida”, donde se
reflejaba ya el racismo predominante en la sociedad alemana.
Tras
este periodo en Bolivia, Edmund Kiss retornó a Alemania para difundir, mediante
novelas y algunos ensayos, todas las hipótesis a las que había llegado en el
país andino. Las principales revistas nazis recogieron su trabajo y su éxito
pronto le llevó a los círculos más poderosos del Partido Nacionalsocialista. El
propio Himmler eligió “La puerta del sol de Tiwanaku”, en una
encuadernación especial en cuero, como regalo navideño para Hitler.
Sus
tratos con Himmler y Wolfram Sievers, quien fuera director general de la
Ahnenerbe (la Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia
Ancestral Alemana, encargada de demostrar la pureza racial aria con
investigaciones y expediciones enviadas por todo el mundo), le permitieron a
Kiss acceder al escalafón más alto de los científicos e historiadores
“esotéricos” de la Alemania nazi . Este puesto privilegiado en el círculo
interno de Himmler y como miembro destacado de la Ahnenerbe le permitió proponer
la que debería haber sido la más importante expedición científica nazi, mayor
incluso que la que dirigió en 1938 Ernst Schäfer en el Tibet. A fines de agosto
de 1939 todo estaba preparado: una veintena de arqueólogos, biólogos, geólogos,
meteorólogos, paleontólogos y otros especialistas formaban los cuadros
científicos de la expedición, cuyo objetivo principal era Tiahuanaco, aunque
con la misión de extender las exploraciones a la cuenca del Titicaca y los
Andes. Había también submarinistas y pilotos de avión, cuya tarea era hacer
prospecciones aéreas de la gran cordillera, desde Colombia hasta Bolivia, para
encontrar las señales de los cataclismos y desastres naturales de Hörbiger.
Otra meta de los pilotos era encontrar el destino final de los muchos “caminos
incas” de piedra, que recorrían los Andes. La leyenda del misterioso Paititi,
el enclave perdido en el que se habrían refugiado los incas que
huían de los conquistadores españoles, fue también una de las obsesiones de
Kiss en su etapa boliviana.
La
expedición contaba además con cuantiosos fondos económicos. Sólo en salarios se
habían reunido cerca de 100.000 marcos y se preveía contratar a centenares de
asistentes y personal nativo sobre el terreno. Todo un gigantesco esfuerzo que
se desmoronó y quedó sólo sobre el papel en septiembre de 1939, cuando estalló
la Segunda Guerra Mundial.
Kiss,
miembro de las SS, participó de forma activa en el conflicto. Fue el comandante
de una batería de cañones antitanque que le llevó a servir en Noruega y Polonia. Poco antes de que terminara la guerra, asumió el mando de
las fuerzas de defensa de las SS en la “Guarida del Lobo”, la Führerhauptquartier
Wolfsschanze, en Prusia Oriental. Ese fue su último destino militar. La derrota
nazi en la guerra y su captura le llevarían a los campos de prisioneros de
Dachau y Darmstadt. A pesar de sus estrechos lazos con la nomenclatura nazi,
Kiss no acabó en Nüremberg, y, tras un proceso de “desnazificación” (en el que
renegó de la Cosmogonía Glacial de Hörbiger), fue puesto en libertad en 1948.
“La fecha oficial de su muerte, según algunos
autores, es 1960, pero lo cierto es que su destino tras su puesta en libertad
es incierto”, me repitió Enrique. Caminábamos por la avenida Ballivián arriba,
con una molesta lluvia que había desalojado las calles centrales de Calacoto de
su habitualmente animada concurrencia. Antes de despedirnos, cuando llegamos a
su auto aparcado junto a la iglesia de San Miguel, me recordó ese aspecto poco
conocido de la misteriosa desaparición de Edmund Kiss. “Pocos saben que Kiss
volvió a Sudamérica en otras ocasiones en los años treinta, hasta que su mayor implicación en la
Ahnenerbe y los preparativos de la expedición boliviana se lo impidieron. Las
pistas que encontró en el norte de Chile en su búsqueda de las huellas del
cataclismo de Hörbiger le llevaron a sobrepasar los salares y a adentrarse en
los valles y cordilleras bolivianas que se extienden entre Sucre y La Paz, con
una obsesión especial en el departamento de Cochabamba. Allí conoció a un grupo
de jesuitas que vivían apartados del resto del país. Y algo le contaron, que a
su vez refirió a Himmler y Sievers, y que dio el espaldarazo definitivo para organizar
la fallida expedición de Bolivia de 1939. En mi opinión, amigo, se trataba de
los túneles, de los subterráneos y de todo lo que allí pudiera ocultarse, y
cuya leyenda se extiende desde la isla Marajó, en la desembocadura del
Amazonas, hasta el desierto de Atacama, y desde la Patagonia hasta las montañas
del Ecuador”, concluyó Enrique.
Jesuitas,
templos atlantes, nazis locos (o no tanto), un secreto vinculado a un extraño
arquitecto, túneles insondables e indicios de una historia que podría no ser la
que nos han contado… Mi investigación continúa y aquí os la iré contando.