domingo, 9 de febrero de 2014

Nazis y atlantes en los Andes





Enrique se removió un tanto incómodo en la silla e hizo girar varias veces la taza de capuchino mientras rumiaba la respuesta. Miró por la ventana y pareció fijarse durante unos segundos en la anciana potosina que demandaba limosna al otro lado de la calle, en la esquina de Calacoto donde se encuentra el Café Vainilla, en el sur de La Paz. Bebió un sorbo de la taza y finalmente habló. “No creo que la tumba que te mencionó el periodista de Sucre sea la de Kiss. Si, tal y como parece, él volvió después de 1948 a Bolivia y continuó sus investigaciones desde el refugio que ofreció Sudamérica a tantos nazis al acabar la guerra, seguramente su paradero final esté mucho más cerca, aquí en La Paz, quizá en algún poblacho perdido de Cochabamba o incluso en el propio pueblo de Tiahuanaco, a pocos kilómetros de las ruinas. Por lo que sé, la comunidad alemana siempre prefirió evitar este tema… sin duda porque tendría algunas cosas que decir al respecto”.

                                                                                 Edmund Kiss

“En todo caso –agregó mirando de nuevo hacia la mendiga, que hacía gestos airados cuando los transeúntes la ignoraban-, reitero lo que te comenté antes. La clave del misterio del  ‘poeta de la Atlántida’, la tienes que buscar en los lugares históricos relacionados con Tiahuanaco y quienes te pueden dar razón de ella, además de algún que otro alemán, son también quienes se convirtieron en aquel entonces en compañeros de secreto de Kiss: sus amigos los jesuitas”. Enrique apuró su café e hizo un gesto de desdeño a mi intención de pagar la cuenta. “Te diré otra cosa. Las redes de los descendientes de los alemanes en Bolivia son muy tupidas, casi imposibles de atravesar, como ocurre en Chile, Argentina o Brasil. Pero no dejes la pista. Edmund Kiss no estaba tan loco como la ciencia oficial quiso hacer creer al terminar la guerra”. 

                                                                     Hans Hörbiger
 
 “Sus teorías iniciales –continuó, mientras abandonábamos el café y nos dirigíamos hacia la calle Montenegro-, que trataban de demostrar la desmesura del científico loco de los nazis, Hörbiger, y su cosmogonía glacial, con sus sandeces sobre las cuatro lunas impactando en tiempos antediluvianos contra este planeta y causando cataclismos capaces de borrar civilizaciones enteras, esas teorías, te digo, evolucionaron hacia hipótesis mucho más concretas… y humanas. Al tiempo que reducía las escalofriantes fechas de centenares de miles de años que al principio atribuyó a Tiahuanaco y los ciclópeos restos de Puma Punku, sus indagaciones se centraron en los posibles contactos entre los dos continentes en épocas remotas, pero no tan disparatadas como las propuestas por Hörbiger, el autor de la teoría de la tierra hueca". 



"Cuando -agregó Enrique- Edmund Kiss planteó la expedición de 1939 a Tiahuanaco y los Andes bolivianos, frustrada como sabes por la guerra, él jugaba con  un descubrimiento que no reveló a la cúpula de la Ahnenerbe nazi y que sólo conocían Himmler y Wolfram Sievers. Sólo podemos hacer conjeturas sobre ese hallazgo a partir de los rumores que en los años cincuenta circularon sobre la suerte del endemoniado arquitecto y escritor. Kiss había descubierto algo muy concreto en algún lugar de las inmensas montañas que se desploman desde el sureste del lago Titicaca sobre la Amazonía boliviana y el inquietante Llano de Moxos… Se dice que encontró una gruta y pruebas, indicios que demostraban un escalofriante origen para Puma Punku y Tiahuanaco. Recuerda –me insistió-, los jesuitas. Los jesuitas tienen la llave del misterio de la desaparición de Kiss y de lo que encontró en los cerros”.



Así terminó mi conversación con Enrique, un boliviano de origen alemán buen conocedor de la historia y arqueología de su país. Enrique, por supuesto, no es su nombre real, pero la tupida tela de araña que aún cubre determinados círculos de poder en Bolivia, además de las implicaciones que tiene su revelación (tampoco puedo contar todo lo que me relató), aconsejan ese silencio.

A pesar de que mis pesquisas sobre esa búsqueda mítica que emprendió el nazismo en muchos lugares del mundo se remontan a más de dos décadas, nunca antes de llegar a Bolivia había oído hablar de Edmund Kiss. Sabía de la masiva llegada de nazis a Sudamérica desde la Europa humeante aún por el desastre de la contienda ayudados por las numerosas colonias y las organizaciones alemanas que había en el subcontinente. En Uruguay pude seguir la pista del “ángel de la muerte” Mengele, quien se casó en ese país. Rastreé la pista de Martin Bormann, la “ballena blanca” de los nazis huidos y secretario personal de Hitler, y encontré sus trazos en Paraguay y también aquí, en Bolivia. Versiones un tanto manipuladas apuntan incluso al propio Führer en Bariloche, Argentina, y también en Brasil… fantasmas en la niebla todos ellos.



                                                                        pibillwarner.wordpress.com





Sin embargo, el caso de Kiss parecía distinto, a pesar de que su nombre ha sido borrado una y otra vez de la historia de la arqueología boliviana y de que hoy día su figura sigue sumida en el misterio. Quedan sus extraños libros, incluido aquél tan revelador en algunos aspectos y confuso en otros. Me refiero a “Das Sonnetor von Tiahuanaku und Hörbigers Welteislehre” (“La Puerta del Sol de Tiahuanacu y la Doctrina del Hielo Universal de Horbiger”), publicado en 1937. Sus novelas de ciencia ficción, en las que también desveló de forma literaria algunas de sus teorías, hoy día han quedado en el olvido, aunque en los años treinta le abrieron camino hacia el propio Reichsführer de las SS, Heinrich Himmler, el jefe de los “brujos” de Hitler…



Edmund Kiss nació en Alemania en 1886. Participó en la Primera Guerra Mundial, donde recibió dos cruces de hierro, una de ellas de primera clase. Héroe militar, arquitecto y novelista con éxito, Kiss comenzó a interesarse por la arqueología, aunque no parece que obtuviera una formación ortodoxa en la materia. Se consideró un seguidor juramentado de Hans Hörbiger y de su Cosmogonía Glacial, que, como me había explicado Enrique, resumía la historia de la humanidad en una serie de grandes y desconocidas civilizaciones que fueron arrasadas por terribles catástrofes naturales y dramáticos cambios climáticos por la conflagración entre el hielo y el fuego. Para Kiss, Tiahuanaco pudo ser una de esas civilizaciones que tuvieron que driblar con los cataclismos y quizá sobrevivirlos, como ocurrió en la isla de Pascua y otros grandes núcleos de cultura megalítica cuyos restos pueden ser encontrados a lo largo y ancho de todo el planeta. Recientemente, por ejemplo, se han descubierto gigantescos sistemas megalíticos en la región rusa de Shoria, con bastiones aparentemente tallados en piedra cuyo peso en algunos casos sobrepasa las mil toneladas y los 40 metros de altura. Las primeras investigaciones apuntan a una edad de 100.000 años, un dato totalmente disparatado si se intenta encajar en la arqueología y la historia ortodoxas.

 

El mayor experto en Tiahuanaco en esos años veinte era, sin duda, Arthur Posnansky, de quien os he hablado en una anterior entrada de esta bitácora. Kiss se puso en contacto con Posnansky y decidió comprobar en persona la Cosmogonía Glacial del loco Hörbiger en el Altiplano boliviano. Tras encontrarse con el padre de la arqueología tiawanacota en un viaje que hizo Posnansky a Alemania en 1926, Edmund Kiss viajó por fin a Bolivia en 1928, con los 20.000 marcos que había ganado en un concurso literario. Años después, todavía era recordada en La Paz su rotunda figura de un metro noventa de altura y más de cien kilogramos de peso, con su severo mostacho y su sombrero de ala ancha, paseando por la Avenida Montes hacia el Bulevar 16 de Julio, hoy El Prado. Entonces La Paz era una ciudad con numerosas casonas señoriales y corralas de techado de teja, con algunos caminos empedrados y muchos más de tierra apisonada que se convertían en un lodazal en época de lluvias.

Con el privilegio de las explicaciones de Posnansky, Kiss se convirtió en un visitante asiduo de Tiahuanaco, pero también tuvo oportunidad de perderse en las extensiones del Altiplano y de seguir algunos de aquellos caminos de piedra que la tradición atribuía a los incas. Con su desbordada inteligencia y conocimientos arquitectónicos, comenzó a descubrir otros patrones arqueológicos en esas sendas y muros, que apuntaban a épocas anteriores y que casaban con los trazos pétreos de Tiahuanaco. 



Por las tardes, un caminante que paseara junto a la casa de Posnansky en Miraflores podía oír largas diatribas en alemán entre el arqueólogo anfitrión y el arquitecto. Kiss insistía en la necesidad de emprender una amplia y exhaustiva campaña de excavaciones en Tiahuanaco y las aldeas cercanas, pues, como ya había advertido Posnansky, lo que el subsuelo escondía podría encender una luz sobre el origen real de la civilización tiahuanacota, por una parte, y también sobre la expansión por todo el continente de una cultura matriz hoy desaparecida y que tuvo como foco la cuenca del Titicaca. La “cuna del hombre americano”, como subtitulaba el propio Posnansky en su obra magna sobre Tiahuanaco.

En su libro principal sobre Tiahuanaco, Kiss señala que la Puerta del Sol es un antiquísimo calendario ideográfico encabezado por la divinidad Tarapacá o Ticci Viracocha, cuya fecha de inicio era el 21 de septiembre, con el equinoccio de primavera austral; insiste que en Puma Punku hubo un puerto y respalda la teoría de que el recinto del Kalasasaya fue un observatorio astronómico complementado por la pirámide de Akapana. También describe un lugar especial, que denominó “el mausoleo”, en el cual habrían sido enterrados los máximos dirigentes y los sumos sacerdotes tiahuanacotas.








Kiss asimismo realizó un intenso trabajo geológico que le permitió afirmar que había encontrado las huellas de esa gran hecatombe planetaria en los contrafuertes de los Andes, la cuenca del Titicaca y los salares del oeste, hasta el desierto de Atacama. El arquitecto no tenía duda de que, si alguna vez existió la Atlántida, los yacimientos bolivianos fueron en algún momento parte de esa civilización. Al hundimiento de ese imperio, según Kiss, se sucedieron grandes movimientos migratorios de los supervivientes, que acabaron poblando y civilizando lugares tan remotos como Tiahuanaco, Egipto o Sumer. Precisamente, sobre la supuesta, y dudosa, llegada de los atlantes al altiplano andino Kiss escribió una de sus novelas más famosas, “La última reina de la Atlántida”, donde se reflejaba ya el racismo predominante en la sociedad alemana.



Tras este periodo en Bolivia, Edmund Kiss retornó a Alemania para difundir, mediante novelas y algunos ensayos, todas las hipótesis a las que había llegado en el país andino. Las principales revistas nazis recogieron su trabajo y su éxito pronto le llevó a los círculos más poderosos del Partido Nacionalsocialista. El propio Himmler eligió  La puerta del sol de Tiwanaku”, en una encuadernación especial en cuero, como regalo navideño para Hitler.

                                                                     Heinrich Himmler

 Sus tratos con Himmler y Wolfram Sievers, quien fuera director general de la Ahnenerbe (la Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, encargada de demostrar la pureza racial aria con investigaciones y expediciones enviadas por todo el mundo), le permitieron a Kiss acceder al escalafón más alto de los científicos e historiadores “esotéricos” de la Alemania nazi . Este puesto privilegiado en el círculo interno de Himmler y como miembro destacado de la Ahnenerbe le permitió proponer la que debería haber sido la más importante expedición científica nazi, mayor incluso que la que dirigió en 1938 Ernst Schäfer en el Tibet. A fines de agosto de 1939 todo estaba preparado: una veintena de arqueólogos, biólogos, geólogos, meteorólogos, paleontólogos y otros especialistas formaban los cuadros científicos de la expedición, cuyo objetivo principal era Tiahuanaco, aunque con la misión de extender las exploraciones a la cuenca del Titicaca y los Andes. Había también submarinistas y pilotos de avión, cuya tarea era hacer prospecciones aéreas de la gran cordillera, desde Colombia hasta Bolivia, para encontrar las señales de los cataclismos y desastres naturales de Hörbiger. Otra meta de los pilotos era encontrar el destino final de los muchos “caminos incas” de piedra, que recorrían los Andes. La leyenda del misterioso Paititi, el enclave perdido en el que se habrían refugiado los incas que huían de los conquistadores españoles, fue también una de las obsesiones de Kiss en su etapa boliviana.



La expedición contaba además con cuantiosos fondos económicos. Sólo en salarios se habían reunido cerca de 100.000 marcos y se preveía contratar a centenares de asistentes y personal nativo sobre el terreno. Todo un gigantesco esfuerzo que se desmoronó y quedó sólo sobre el papel en septiembre de 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial.

Kiss, miembro de las SS, participó de forma activa en el conflicto. Fue el comandante de una batería de cañones antitanque que le llevó a servir en Noruega y Polonia. Poco antes de que terminara la guerra, asumió el mando de las fuerzas de defensa de las SS en la “Guarida del Lobo”, la Führerhauptquartier Wolfsschanze, en Prusia Oriental. Ese fue su último destino militar. La derrota nazi en la guerra y su captura le llevarían a los campos de prisioneros de Dachau y Darmstadt. A pesar de sus estrechos lazos con la nomenclatura nazi, Kiss no acabó en Nüremberg, y, tras un proceso de “desnazificación” (en el que renegó de la Cosmogonía Glacial de Hörbiger), fue puesto en libertad en 1948.



 “La fecha oficial de su muerte, según algunos autores, es 1960, pero lo cierto es que su destino tras su puesta en libertad es incierto”, me repitió Enrique. Caminábamos por la avenida Ballivián arriba, con una molesta lluvia que había desalojado las calles centrales de Calacoto de su habitualmente animada concurrencia. Antes de despedirnos, cuando llegamos a su auto aparcado junto a la iglesia de San Miguel, me recordó ese aspecto poco conocido de la misteriosa desaparición de Edmund Kiss. “Pocos saben que Kiss volvió a Sudamérica en otras ocasiones en los años treinta, hasta que su mayor implicación en la Ahnenerbe y los preparativos de la expedición boliviana se lo impidieron. Las pistas que encontró en el norte de Chile en su búsqueda de las huellas del cataclismo de Hörbiger le llevaron a sobrepasar los salares y a adentrarse en los valles y cordilleras bolivianas que se extienden entre Sucre y La Paz, con una obsesión especial en el departamento de Cochabamba. Allí conoció a un grupo de jesuitas que vivían apartados del resto del país. Y algo le contaron, que a su vez refirió a Himmler y Sievers, y que dio el espaldarazo definitivo para organizar la fallida expedición de Bolivia de 1939. En mi opinión, amigo, se trataba de los túneles, de los subterráneos y de todo lo que allí pudiera ocultarse, y cuya leyenda se extiende desde la isla Marajó, en la desembocadura del Amazonas, hasta el desierto de Atacama, y desde la Patagonia hasta las montañas del Ecuador”, concluyó Enrique.



Jesuitas, templos atlantes, nazis locos (o no tanto), un secreto vinculado a un extraño arquitecto, túneles insondables e indicios de una historia que podría no ser la que nos han contado… Mi investigación continúa y aquí os la iré contando.







domingo, 2 de febrero de 2014

El mago del Altiplano: la aventura incompleta de Arthur Posnansky en Tiahuanaco





 Arqueólogo, paleontólogo, ingeniero naval, cineasta, explorador, héroe de la guerra del Acre y el pionero que introdujo el automóvil en Bolivia, Arthur Posnansky (Viena, 1873-La Paz, 1946) es una de esas figuras que acaban por convertirse en mito pese a su voluntad. Algunos lo califican como un auténtico “Indiana Jones”, por su perfecta mezcla de hombre aventurero y científico. Cierro mejor filas con aquellos que lo definen como el prototipo del “espíritu renacentista”, por sus intereses multidisciplinares, cargados de la reflexión que sólo nace en la sabiduría, sin abandonar el pragmatismo del hombre de acción.



Hace un par de días asistí a la presentación en La Paz de la reedición en facsímil de parte de su obra magna, que versa sobre la herencia arqueológica más importante y misteriosa de Bolivia y, posiblemente, de Sudamérica. “Tihuanacu, cuna del hombre americano” es uno de los libros cumbre de la arqueología de este continente. Fue publicado originalmente en 1945, un año antes de la muerte de Posnansky, y consta de cuatro tomos, agrupados en dos volúmenes. A fines de noviembre del 2012, la curiosidad y dinamismo que caracterizaban esas primeras semanas tras mi llegada a Bolivia, estuve en la presentación de la reedición gracias a la esmerada labor del editor Carmelo Corzón del primero de estos volúmenes, con los libros I y II de la obra clave de Posnansky. Como señaló el director de Gobernabilidad de La Paz, Pedro Susz, ésta es "una obra clásica de la arqueología y una fuente de consulta indispensable".



Este segundo volumen (bilingüe inglés-español, como el original), que pude conseguir el viernes en este evento presidido por autoridades académicas, indígenas y municipales, entre ellas el alcalde de La Paz, Lucho Revilla, incluye los libros III y IV. Si los dos primeros libros del primer volumen se caracterizaban por una rigurosidad arqueológica sin parangón, con diagramas, fotografías y desplegables perfectos en su elaboración, en la nueva publicación se plasman, además de un intensivo examen de la cerámica tiahuanacota, algunas de las hipótesis históricas y también antropológicas que llevaron al enfrentamiento del innovador pensamiento de Posnansky con el anquilosado estamento científico de su época y de décadas posteriores. 




Ciertamente que algunas de las deducciones de Posnansky son de una más que complicada verificación, como la que retrasaba muchos miles de años (hasta quince milenios antes de Cristo) el nacimiento de la civilización tiahuanacota. Sin embargo, otras apuestas suyas, como la que le llevaba a situar (como señala el título de su obra) en ese remoto lugar del altiplano boliviano el nacimiento o cuanto menos el crisol de las principales civilizaciones sudamericanas (desde Ecuador a la isla amazónica de Marajó, pasando, claro, por Perú), son muy dignas de tener en cuenta y están siendo corroboradas por los últimos hallazgos en excavaciones realizadas, no sólo en el predio que actualmente ocupa el yacimiento de Tiahuanaco (se escribe también Tihuanacu o Tiwanaku), sino en una zona mucho más amplia que acaba en la orilla meridional del lago Titicaca y en varios yacimientos que alcanzan la ceja de selva de la Amazonía boliviana y las misteriosas y poco estudiadas montañas de Cochabamba. Hace unos meses, Eduardo Machicado, un joven arqueólogo boliviano que ha trabajado con varias expediciones internacionales (ninguna española, vaya por Dios), me hablaba de hasta cuatro colosos líticos similares a la llamada Puerta del Sol, el monumento más representativo de Tiahuanaco. Estas construcciones, que no han salido oficialmente a la luz y que no lo harán en los próximos años aún, podrían cambiar la historia de América y quizá del mundo. También darían la razón a algunas de las teorías más “controvertidas” de Posnansky, en concreto la que establece en la más remota antigüedad paleolítica el origen de Tiahuanaco.



La arqueología oficial sitúa la civilización de Tiahuanaco entre el 1580 a.C. y el 1200 de nuestra era, cuando se derrumbó en su más álgida etapa de esplendor. Entre el siglo XII y XIII después de Cristo, algo ocurrió en América, pues ese periodo marca el fin de otros pueblos que habían alcanzado un alto grado de desarrollo, desde Mesoamérica a las estribaciones andinas de Argentina. Desde los Andes, hasta la cuenca del Amazonas. Los arqueólogos e historiadores bolivianos insisten en identificar, con una buena parte de carga política y étnica de por medio,  a los actuales aymaras (etnia a la que pertenece el presidente Evo Morales) como los descendientes directos de los tihuanacotas, pero no era esa la opinión de Posnansky. El padre de la arqueología tiahuanacota creía en otra raza civilizatoria, que se extinguió en algún momento a causa de un terrible cataclismo o que quizá habría emigrado a alguna otra parte de América… o del planeta.



 Otros exploradores e investigadores, como Erland Nordenskiold ("The Copper and Bronze Ages in South America"), vieron el origen de Tiahuanaco en el viejo mundo, tras examinar las herramientas encontradas en el mágico valle donde yace esta civilización andina. Nordenskiold creía que había “una considerable similitud entre la técnica metalúrgica del Nuevo Mundo y la del Viejo Mundo durante la Edad de Bronce”. Ahí está el misterioso origen del estaño que emplearon los antiguos sumerios para fabricar el bronce, en aleación con el cobre. Algunos autores, autores malditos para la ciencia ortodoxa, localizan en las estribaciones andinas ese yacimiento gigantesco del estaño que desencadenó la civilización de Oriente Medio. Una de las acepciones etimológicas de la palabra Titicaca es precisamente “piedras de estaño”… 



Un gran lugar para investigar durante toda una vida, el lago Titicaca, donde se han encontrado artefactos y elementos líticos con inscripciones que algunos investigadores han identificado con petroglifos proto-sumerios. Por ejemplo, la llamada “fuente magna” y el monolito de Pokotia, conservados (e ignorados) en un pequeño museo de La Paz.  Ya hablaremos de ellos. El mayor problema de la ciencia y la historia actuales es cerrar los ojos ante las posibilidades, ante el potencial que se abre en descubrimientos que están ahí y que, al no encajar en lo establecido, son desechados sistemáticamente.

Descubrimientos como, por ejemplo, el hallazgo por parte de Arthur Posnansky de huesos de taxodonte, un mamífero que se extinguió en el 12.000 antes de nuestra era, junto a restos óseos humanos en el mismo estrato geológico.

Esa fecha de los 15.000 años antes de Cristo que Posnansky atribuía a Tiahuanaco (nuestro hombre trabajó sobre sus ruinas desde 1904 hasta 1945) no fue producto de una disparatada imaginación sino de elaborados cálculos astronómicos que le permitieron definir el ángulo en el que se encontraba el horizonte del emplazamiento en el momento de su construcción y que apuntaba claramente hacia esa remotísima fecha…  Para Posnansky, Tiahuanaco fue el mayor templo solar jamás construido, mucho más antiguo que Stonehenge y que cualquier otro recinto sagrado de Oriente Medio, incluidos los sumerios y los egipcios. 



Las cercanas ruinas de Puma Punku (la "Puerta del Puma"), a apenas quince minutos andando de Tiahuanaco, complican si cabe más la situación. Los cortes perfectos de los ciclópeos bloques de granito y andesita apuntan a una tecnología imposible para los años en los que debieron ser tallados y las herramientas supuestamente empleadas, dada la dureza de la roca y sus proporciones desmesuradas. 



Tras la destrucción de Puma Punku, también por un cataclismo sísmico o una gigantesca inundación,  los habitantes de la región no volvieron a tener esa tecnología e incluso hoy día parece muy difícil de repetir tamaña obra con las actuales máquinas de corte de piedra. No era en vano que los ancianos aymaras contaban a Posnansky que el nombre original de Puma Punku había sido "Winay Marca", es decir, "Ciudad Eterna".



Otro de los grandes misterios que Posnansky entrevió en Puma Punku y que aún no han conseguido ser desvelados, dado el escaso interés de los diferentes Gobiernos bolivianos por promover las campañas arqueológicas intensivas, es el de las supuestas grandes cámaras subterráneas y túneles que existirían bajo Puma Punku y el propio Tiahuanaco. Esas cavernas artificiales estarían aún allí y sólo una excavación bien costeada financieramente podría sacar a la luz los secretos que esconden. Este sistema de túneles ocultos bajo las descomunales construcciones, según el austriaco, formaría parte de una red mucho mayor que se extendería hasta las minas subterráneas y a cielo abierto de donde los tihuanacotas se habrían proveído del preciado estaño y de otros minerales.



En su exposición durante la presentación de esta reedición de la obra de Posnansky, el antropólogo boliviano Esteban Ticona recordó que Posnansky ya había señalado que no se podía llamar a América "el nuevo mundo" ni a Eurasia "el viejo". Según el arqueólogo y escritor austriaco-boliviano, Tiahuanaco tenía muchos más años que las civilizaciones de ese viejo mundo.



En un próximo escrito de esta bitácora contaré la relación de Posnansky con un individuo, el misterioso Edmund Kiss, que ha captado mi atención desde que llegué a Bolivia y cuyo destino estuvo unido a los planes del Nazismo en Sudamérica y en concreto al oculto poder que los "brujos" de Heinrich Himmler creían haber encontrado en el techo del mundo de los Andes bolivianos.